Se ha hecho de noche y la sala de espera del servicio de urgencias del hospital está llena de gente. Hay mucha gente y el tiempo de espera para que te atiendan es dilatado. Pienso que, ya que hay que esperar, lo mejor es tomármelo con calma. Me pongo a observar a la gente. A mi izquierda tengo una madre con un niño que debe tener cerca de tres años. La verdad es que el niño no parece necesitar asistencia médica, ya lo dice la madre: “Con lo malito que estaba y míralo ahora, para arriba y para abajo. Es que no para, claro como lleva dos días malito y sin salir de casa ya se sabe”. La otra mujer que la escucha también está con su hijo esperando que les atienda el pediatra de urgencias. El primer niño, llaves de coche en mano, se dedica a acercarse a la máquina de café y a intentar no se qué metiéndolas dentro del dispensador de cambio de monedas y combinándolo con un continuo ponerses las llaves dentro de su boca. Ahora en la máquina de café, ahora dentro de su boca. ¡Que vivan los microbios!, pienso para mí mientras intento adivinar si sería la típica madre que pondría el grito en el cielo si observara que en la guardería de su hijo hubiera alguna cosa falta de higiene.
La madre del hijo más calmado se acerca al niño de las llaves y haciéndose la simpática le empieza a hacer carantoñas y sonidos para que se ria. El niño se rie y se va, vuelve, se ríe y se va, recorre corriendo media sala de espera y vuelve. Y así varias veces. Regresa y cuando le vuelven a hacer carantoñas deja ir la mano en un golpe certero que impacta en el brazo de la madre simpática. Se oye la expresión: “Eso no lo hacen los niños”, es la madre biológica que se exclama. La simpática le dice que no se preocupe que ya se sabe cómo son los niños e intenta coger en brazos al niño, éste se revuelve y le muerde con fuerza en el brazo. La madre biológica vuelve a exclamar con poca convicción: “Eso no lo hacen los niños”, la otra, la simpática, le quita importancia pero se frota el brazo de dolor. El niño se acaba de espabilar del todo. Llaman por el interfono y la madre simpática coge a su hijo y se dirige al consultorio correspondiente.
Bueno, parece que después de una hora y media la sala se empieza a vaciar. Vuelvo a prestar mi atención sobre el niño de las llaves, no ha parado en ningún momento, se ha recorrido la sala de espera infinidad de veces, ha metido las llaves del coche un sinfín de veces en el dispensador de cambio de la máquina de café, y parece que ahora quiere ampliar horizontes. Se dirige a la puerta de un consultorio e intenta meter una llave por la cerradura, no lo consigue, lo intenta de nuevo y fracasa, ante la evidencia coge el manubrio e intenta abrir la puerta. “No, éso no lo hacen los niños” dice la madre que en ningún momento se ha levantado de la silla que ocupa. El niño insiste. “No, éso no lo hacen los niños”, vuelve a decir con voz cansada la madre. El niño consigue abrir la puerta y la madre espeta desde su silla : “¿Llamo al monstruo?. Ya sabes lo que va a pasar si viene el monstruo”, el niño se la mira brevemente y continua a lo suyo. “¿Llamo al monstruo?”, insiste de nuevo desde su asiento y con poca convicción. El niño a lo suyo y ella sentada.
¿Y yo?, yo me quedé con las ganas de saber qué es lo que pasa si viene el monstruo.
¿Y el niño?, el niño ni se inmutó.
¿Y la madre?, la madre tampoco.