El ideal del servicio público era el de “venir a servir” aún cuando ello comportara un sacrificio a nivel económico. Siempre se destacaba esa característica del buen político y se añadía con admiración la coletilla de que lo hacía “a pesar de perder dinero respecto a su actividad privada”. Esta postura se complementaba con la de que la responsabilidad pública ha de estar bien pagada para evitar los casos de corrupción y las posibles tentaciones ante éstos, pero treinta años de democracia empiezan a dar para mucho y no todo es bueno. Hace pocos días se daban a conocer los salarios de los políticos y a más de uno se le ha quedado cara de tonto.
A mucha gente le cuesta entender que haya políticos que cobren hasta ocho veces más que ellos y que bien pagado es una cosa, pero ocho veces más es otra muy diferente. Si además se constata que no hay nada acotado y que cada uno se pone el sueldo que quiere se va abonando el cultivo del descontento. Al trabajador de a pie le cuesta entender que diferentes alcaldes de ciudades similares cobren sueldos que representan el doble o el triple de diferencia entre ellos y más cuando siempre se nos ha vendido la idea de que a igual trabajo igual salario. No parece muy lógico que un presidente de diputación o uno de una comunidad autónoma cobren bastante más que todo un presidente del gobierno central, en la empresa privada está muy claro que a más responsabilidad más sueldo concepto que, en la empresa pública, parece que no se da. Produce mal de cabeza intentar entender qué criterios rigen los salarios de nuestros políticos.
Si a todo lo dicho le añadimos la cicatería y las triquiñuelas para “llegar a final de mes” entonces el bochorno ya está servido. Hay ciertos políticos con coche oficial que cobran los desplazamientos como si se desplazaran en su propio vehículo, incluso se ha llegado a justificar ésto diciendo que es “el chocolate del loro” y que es ruin meterse en estos detalles. Pues bien, comprueben ustedes las cantidades y seguro que conocen a bastante gente que trabajan todo un año por ese chocolate del loro. Si a ello le sumamos otros sueldos y dietas por otras representaciones en organismos y empresas entonces la suma se convierte en algo difícil de entender para la mayoría de los trabajadores de este país.
Decía antes que treinta años de democracia dan para mucho y una de ellas es para ver cómo se estan creando auténticas sagas de familias en las que sus miembros se dedican a la política y, por lo tanto, ya se puede ver cómo el presidente local de un partido coloca a su hijo en situación favorable para que llegue a ser concejal, o cómo la hija de un alcalde llega a un puesto destacado en un ministerio, o el hermano de un consejero a una dirección general, o un sinfín de gente desconectada de la realidad laboral, de los problemas cotidianos y de los verdaderos salarios reales que viven en una burbuja idealizada que lo único que hace es aislarlos del resto de la gente. Treinta años después de recuperar la democracia hay gente que ha hecho de la política su profesión y que no ha estado asalariado en una empresa en su vida, así pues, difícilmente van a poder legislar con conocimiento de causa.
Sí, ya sé que habrá quien diga que ello no es impedimento para gobernar, al igual que no tener estudios no es impedimento para llegar a las más altas responsabilidades políticas. Ya sé que hay quien dice que lo importante es saberse rodear de la gente más competente posible y ser un buen gestor, lo malo de ello es que ése tampoco es el mundo real. ¿Se imagina usted diciéndole al director de su empresa que a partir de ahora para desempeñar bien su faena va a tener que contratar a dos personas más aparte de usted porque ellos son los realmente competentes pero que usted gestionará bien la faena de ellos?. ¿Verdad que no?. Pues así vamos.
Ser un buen gestor es muy importante nos dicen, como si a cada uno de los trabajadores de este país no se les exigiera serlo en su puesto de trabajo. Quizás habría que decirles a nuestros políticos que los votamos para algo más importante que simplemente para hacer de buenos gestores, que serlo no es ningún mérito sino que es su obligación y que si no nos pueden aportar nada más que se dediquen a otra cosa.