dimecres, 29 d’octubre del 2008

La puntualidad, ¡otra vez!.

Hoy he vivido, ¡otra vez!, una de las circunstancias que más me desagradan: la falta de puntualidad de la gente. Habíamos quedado un grupo de compañeros del trabajo, a una hora determinada, para desplazarnos juntos al lugar de la reunión. Como casi siempre a la hora acordada estábamos sólo dos de las personas que habíamos quedado y en los diez minutos siguientes han ido apareciendo el resto de los compañeros menos uno. Cuando llevábamos veinte minutos de espera alguien ha propuesto telefonear al móvil a la persona que faltaba, pero no ha habido forma de contactar con ella. Cuando llevábamos treinta minutos de espera vemos aparecer a nuestro compañero caminando con calma y sonriendo plácidamente. Y, la verdad, uno esperaba en ese momento alguna especie de excusa del tipo “lo siento”, “he tenido una urgencia y me ha sido imposible ser puntual”, o cualquier otro argumento exculpatorio. ¡Pues, no!, no ha dicho ni esta boca es mía y el resultado ha sido que hemos llegado tarde ¡todos! a la reunión por culpa de él.
Me choca la frescura, por no decir caradura, de ciertas personas que se creen con el derecho de hacer esperar a la gente día sí y día también. En la era de las telecomunicaciones, en que cada uno de nosotros tenemos acceso a la telefonía fija y móvil con suma facilidad, es de esperar que si surge un impedimento se telefonee al resto de los compañeros y se comunique la incidencia. A éso algunos le llaman buena educación, otros como los psicòlogos y los pedagogos, dirían tener pensamiento de perspectiva, es decir, saberse poner en el lugar de los otros. Lo contrario, la forma de actuar de este compañero nuestro, es egocentrismo y ya se sabe que al egocéntrico le importa muy poco el resto de la humanidad.
De esto que ha pasado hoy me maravilla, por no decir que me indigna, la incoherencia entre lo que esta persona dice en público y su forma de actuar en privado. Me imagino que ha de tener un profundo desprecio hacia los demás que le lleva a encontrar normal que cada día la gente espere por ella. Y, para más inri, las veces que se le ha hecho alguna observación sobre su falta de puntualidad se ha sentido ofendido y se ha enfadado con la persona que se lo ha dicho. Ya sé que estamos en un país donde ciertas actuaciones, como la puntualidad, se relativizan y otros como el exigir empezar las reuniones a la hora se demonizan. Ya sé que se perdona antes al que llega tarde, por sistema, que al que empieza la reunión, por sistema, a la hora acordada. Uno está más tolerado y al otro lo tratamos de intransigente e inflexible y lo toleramos poco o nada. Lo contrario de lo que sucede en las sociedades avanzadas y desarrolladas de nuestro entorno.
Ya sé que lo escrito aquí no servirá de nada excepto para desahogarme internamente pero pienso cómo es posible que haya gente que predique sin el ejemplo. No nos ha de sorprender, pues, que seamos uno de los países que dedicamos más horas del día a la jornada laboral y que menos índice de productividad tiene. ¡Tantas horas en el trabajo para tan poca faena!.